Unos cuentos de terror me han hecho recobrar la pasión
por el género. No es el estilo que más he consumido pero tampoco ha sido desdeñable
durante mi vida, sobre todo en la época adolescente juvenil cuando leí bastante
a Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft, dos maestros indiscutibles del horror. Pero
sea la etapa de la vida que sea, ¿a quién no le apetece unos cuentos terroríficos? Eso sí,
que sean buenos, por favor. No es un género fácil, ni mucho menos.
El libro en cuestión que cayó en mis manos recientemente
es Nido de Pesadillas,
una colección de 13 cuentos agrupados bajo ese título, escritos por Lisa Tuttle, una maestra
contemporánea del género originaria de Houston, Texas (1952). Se publicó en
EEUU en 1986 y recientemente, en el presente 2015, se ha publicado por primera
vez en España. Le metí mano un tanto curioso, preguntándome: ¿cómo son los
cuentos de terror contemporáneos? Como les he contado en el anterior párrafo,
los que he leído han sido clásicos mayormente.
Lo que he encontrado me ha cautivado y, lo más
importante, me ha erizado la piel y provocado escalofríos. El terror de
Lisa Tuttle es un terror sutil y psicológico. No basa los cuentos en la sangre
ni en descripciones contundentes. Crea atmósferas donde describe lo siniestro,
el pánico y el horror con delicadeza. El género literario del terror se puede
dividir, a grosso modo, en dos tendencias: “escuela del horror cósmico”,
con H.P.
Lovecraft como líder,
parte del miedo hacia el universo que nos rodea (lo exterior podríamos decir);
y la “escuela psicológica”, con Edgar
Allan Poe como figura
principal, que mira más hacia la naturaleza humana (lo interior podríamos
decir). Lisa Tuttle consigue la alquimia perfecta mezclando ambas tendencias:
su acabado es muy equilibrado. La sensación que tenía al leerla, en un
principio, es que en Lisa Tuttle quizás prima más la escuela psicológica,
el horror que llevamos dentro, pero bien es verdad que luego va
reluciendo el miedo exterior, provocando ambigüedad y creando pánico a no sabes bien
qué… como pequeñas pistas que te hacen dudar. El caso es que tienes que
intuir más que saber. Personalmente me ha gustado este estilo.
La mayoría de los personajes de los cuentos de Lisa
Tuttle son mujeres perdidas en un mundo de hombres, víctimas de una sociedad
patriarcal que anula su individualidad. Son mujeres abandonadas, madres
solteras, hermanas e hijas reprimidas… Pero no son solo víctimas inocentes,
también son vehículos para lo monstruoso y perverso. Estas mujeres a menudo
sufren paranoias, ataques de pánico, pesadillas… debajo subyace lo reprimido,
la presión, la opresión…
Algunas personas lo llaman literatura feminista. No
puedo estar más en desacuerdo. Para mí, a grosso modo, la literatura se puede
dividir en dos grandes grupos: gran literatura y resto de literatura. La gran
literatura no la considero reformadora social, más allá de lo
crítica que pueda ser. La gran literatura es placer estético, creatividad,
originalidad y, por supuesto, reflejo de la sociedad. Para reivindicar
están los ensayos, los manifiestos y el periodismo. Los cuentos de Lisa Tuttle
los catalogo de alta literatura: tiene una prosa depurada y excelsa, están bien
construidos y su estética es sutil y bella. Cuando los he leído bien es verdad
que he sentido el miedo de las mujeres hacia los hombres, la frustración,
incluso el odio. Pero, ¿eso lo convierte en literatura feminista? Justamente es una
de las grandezas de la literatura: meterte en la piel de otras personas para
vivir historias y sentir emociones que nunca podrás vivir o sentir por ti mismo. Lo veo
más como mirar algo desde otra perspectiva, en este caso desde el de las
mujeres (con todo lo bueno que ello significa). Igual que otras veces lo vemos
desde la perspectiva de los hombres. ¿Vamos a dividir la literatura por sexos,
reivindicaciones o identidades sexuales? ¡Me niego a ello!
Sus cuentos tienen temáticas y estilos diferentes.
Algunos son más terroríficos, aunque siempre sutiles como digo, y otros están
más cerca de la fantasía, o del horror humano puro y duro. El primer cuento, Nido de Bichos, trata de la
visita de una sobrina a una tía moribunda que vive en una casa aislada y
deshecha… para ser el primero me impactó bastante. El segundo, Hamburguesa de carne de muñeca,
uno de mis favoritos, trata sobre una niña y su íntima relación con sus
muñecas. Bienes compartidos,
el tercero, trata sobre un matrimonio a punto de divorciarse; acaban tan mal entre ellos que llevan el perro al veterinario para pedirle que lo mate; ninguno quiere
dejárselo al otro por cuestión de orgullo… El quinto, Recorriendo el laberinto, trata
sobre amores intensos, laberintos y viajes en el tiempo.
El séptimo, La otra
madre, habla de una madre divorciada con dos hijos pequeños y de antiguas
deidades galesas… El noveno, La
memoria de la madera, versa sobre un arcón antiguo comprado por un matrimonio el
cual parece esconder un extraño secreto y contener una influencia maligna… El
décimo, Cuando te necesita un
amigo, habla sobre amigos imaginarios y amigos de la infancia… en el limbo
de lo paranormal… Así hasta 13 cuentos que, como pueden ver, son de lo más
variado.
El terror llama al terror. A una amiga argentina le comenté el libro que estaba
leyendo. Entonces me recomendó a un tal Alberto
Laiseca, me dijo que le echara un vistazo en YouTube. No tenía ni idea
quien era. Resultó ser un cuentacuentos contemporáneo entroncado con la mejor
tradición oral argentina. Alberto Laiseca adapta cuentos de terror de
diferentes grandes autores y los interpreta sin papeles, de pura memoria. Son
cuentos de entre 8 y 12 minutos, muy llevaderos. Los empecé a ver y escuchar como quien no
quiere la cosa y acabé enganchado. Los cuenta de tal manera que atrapa.
También me hizo recordar buenos tiempos, cuando leía clásicos de terror. Me dieron ganas de desempolvar mis viejos libros.
En la reciente segunda luna de julio, la luna azul, fui con un grupo de
amigos de acampada a la playa. Convertí varios cuentos de Laiseca a formato
audio y los llevé junto a mi pequeño equipo musical que tengo para estas lides
amistosas aventureras. Hacia la hora bruja formamos un círculo humano sobre la
arena: unos sentados, otros tumbados boca arriba… la noche era ideal: luna
llena, rumor del mar, algunas nubes pasajeras que tapaban la luna… escuchamos
tres cuentos de terror. A unos les dio más miedo, a otros un poco menos; todos
disfrutamos el momento y sentimos cosas. Me gustó también la experiencia de volver a un
pasado tradicional, el de la tradición oral que va quedando atrás: los seriales
de radio, los mismos cuentacuentos, o los narradores en persona en las acampadas… todos los presentes en la playa pendientes
de las ondas sonoras que hablaba cuestiones terroríficas y espeluznantes. Aunque también he podido comprobar que en países como Argentina la
tradición oral se mantiene con fuerza.
Los tres cuentos que escuchamos son los siguientes:
- El
Gato Negro – Edgar Allan Poe – Contado por Alberto Laiseca
-El extraño caso del Sr. Valdemar – Edgar
Allan Poe – (Laiseca)
-La gallina degollada – Horacio
Quiroga (escritor uruguayo
1878-1937) – (Laiseca)
Dormí al raso. Pasé de montar tienda. La noche era perfecta. Los demás si pernoctaron en sus casas de lona. No sé si el Martini estaba demasiado bueno, o es que soy
susceptible, o ambas cosas, pero no pegué ojo mientras percibía las inabarcables dimensiones del insondable universo sobre mi cabeza.
Más que susceptible prefiero decir que soy sensible. Cuando veo una película, o
escucho música, o leo literatura, me suelo contagiar, incluso
transfigurar; el influjo artístico me suele durar un tiempo: como la estela de un
cometa que se aleja lentamente de nuestro planeta. Por eso digo que prefiero
llamarlo sensibilidad, porque es natural y voluntario; algo mixto digamos: por un lado
es mi naturaleza; por otro lado es un juego al que quiero jugar, y nunca hago
nada por evitarlo.
Los sonidos casi humanos de las pardelas gritaban que
podíamos ser atacados por pájaros asesinos. Las nubes que surcaban el cielo de
un lado a otro se convertían en extraños rostros que mutaban en rostros aún más extraños. Cerca de la orilla divisaba figuras pálidas con forma
humanoide bailando antiguas danzas rituales. Entre los sonidos de la brisa diferenciaba voces humanas pero, ¡todos dormían! Nunca llegué a sentir
puro pánico pero siempre estuve inquieto. Sabía que el miedo residía en mí, segregaba mis propias paranoias, pero también comprendía que un pequeño porcentaje
proveniente del exterior, de la naturaleza, del universo -o no tan pequeño-, escapaba a mi control. La sensación de que podía pasar algo, aparecer alguien, incluso ser atacados, permaneció toda la noche. Me sentí como
un vigía: una persona que velaba por la seguridad de los sueños de los demás.
Ahí comprendí cuánta razón tiene Lisa Tuttle. La vida no es pura realidad, hay
una mezcla de subjetividad interior, de imaginación y de mundo exterior. Y
miedos, muchos miedos que, aunque queramos ocultarlos, siempre acaban llenando la
copa y derramando su incierto y viscoso contenido sobre nosotros. De esa combinación y de esos
materiales están compuestas nuestras vidas y algunos maravillosos cuentos.
Divisé el camino completo de la luna en el cielo esa noche. La vi salir entre las montañas y la vi ponerse sobre el mar. Finalmente la claridad de la mañana era total. El grupo todavía dormía. Entonces decidí
aprovechar la fresca y el insomnio antes de que el sol nos
castigara en su recién estrenado 01 de agosto. Recostado sobre la arena y sobre una roca leí el
último cuento de la colección Nido de Pesadillas de Lisa Tuttle. Era el mejor
epílogo y homenaje posible.
Estremecimientos sutiles. Suspiros frágiles. Curiosidad a flor de piel.
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