La dama con l´ermellino (la dama del armiño), retrato pintado por Leonardo da Vinci sobre el año 1487 aproximadamente.
La pintura, una de las artes más antiguas y un intento del ser humano de crear belleza y trascender en el tiempo. Dentro de sus diferentes estilos, desde los más abstractos a los más realistas, está el retrato, que sacia la vanidad de una persona -esa vanidad que todos tenemos en mayor o menor medida-, aparte de ser un estudio de la naturaleza humana. Pero un retrato es también una ventana al pasado, nos puede contar mucho de una época, una sociedad y una persona en concreto. Porque ¿quién es la bella joven del cuadro conocido popularmente como La Dama del Armiño? ¿Cómo llegó a ser retratada por uno de los mayores genios que ha dado la historia, el gran Leonardo Da Vinci? Nos puede parecer una chica anónima, pero tiene nombre y apellidos: se llamaba Cecilia Gallerani y como cualquiera de nosotros, tenía vida, espíritu e ilusiones.
Este retrato lo pintó Leonardo Da Vinci en la corte de Milán al mudarse desde su Florencia natal, aproximadamente en el año 1487 (tendría unos 35 años de edad).
En esa época Milán era una ciudad dispuesta a prosperar a cualquier precio. Tenía unos 80.000 habitantes y era una ciudad-estado al viejo estilo feudal, gobernada por una dinastía cuyo poder se basaba más en la fuerza y el ejército que en las leyes.
Sus gobernantes eran los Sforza, convertidos en nobles desde hacía poco tiempo. Su origen era militar y para unos eran héroes pacientes y astutos que se hicieron a si mismos y para otros solamente vulgares soldados. Sea como fuera para Leonardo era positivo: los arribistas siempre son un mecenas insaciables.
Quien le encargó el retrato fue Ludovico Sforza, su protector y hombre fuerte de Milán, el cual estaba deseoso de crear un renacimiento milanés. También era apodado como Il Moro, en parte por su tez morena y en parte por un juego de palabras con uno de sus nombres: Mauro.
Ludovico Sforza disfrutaba de las ventajas que en el terreno sexual ofrecía el despotismo. Consideraba que sus súbditas estaban a su entera disposición. Cualquier mujer en la que posara sus ojos, sabía que ese favor equivalía un pasaporte a un mundo de comodidades y privilegios del que no solo disfrutaría ella sino toda su familia.
Cecilia Gallerani fue una de las amantes del moro. Su padre era un alto funcionario (había servido como embajador en Florencia) y su madre era hija de un famoso doctor en leyes. Tenía seis hermanos más y su padre murió cuando tenía 7 años. Por lo tanto, era de buena familia, aunque no excesivamente rica. Era inteligente y culta, e incluso acabó protegiendo a escritores. Poseía una hermosura seductora, podemos deducirlo de los muchos poemas y cartas que se escribieron acerca de ella, aunque la deducción resulta innecesaria puesto que su belleza vive -por utilizar el tópico de la época- en el retrato que de ella pintara Leonardo Da Vinci.
No sabemos cuando se convirtió en amante del Moro, pero podemos suponerlo con bastante precisión. Un documento fechado en junio de 1487 la libera formalmente de un compromiso matrimonial contraído durante su infancia con Giovanni Stefano Visconti; es muy probable que el interés de Ludovico fuera el motivo de esa ruptura. Cecilia solo tenía 15 años. A principios del verano de 1489 ya no vivía con su familia, sino en una propiedad no especificada de la parroquia de Nuovo Monasterio, que resulta difícil resistirse a identificar como un nido de amor. En ese mismo año, su hermano Nigerio mató a un hombre en el curso de una pelea y escapó a la justicia gracias a la intervención personal de Ludovico.
Aunque los planes de boda de Cecilia podían cancelarse, los de Ludovico eran cuestión aparte. Desde 1480 estaba comprometida, por sólidas razones políticas, con la hija del duque de Ferrara, Beatrice d´Este, y se acercaba el momento de solemnizar el matrimonio: una importante alianza dinástica que había de festejarse con un extraordinario despliegue de la capacidad de los milaneses para la celebración de grandes fiestas.
El 8 de noviembre de 1490 el duque de Ferrara recibió un desconcertante despacho de su embajador en Milán, Jacopo Trotti, quien le comunica que las intenciones de Ludovico con respecto a la madonna Duchessa nostra (es decir, Beatrice) no estaban claras, ya que seguía locamente enamorado de quella sua innamorata (es decir, de Cecilia). "La tiene con él en el castillo, la lleva a todas partes y quiere regalarle todo. Está embarazada y tan bella como una flor; y él a veces me lleva a visitarla".
La boda de Ludovico y Beatrice se celebró como se había planeado y con toda suntuosidad el 16 de enero de 1491, pero Cecilia continuó ejerciendo su fascinación y un mes después el embajador Trotti informaba de que el Moro le había dicho "al oído" que "ojalá pudiera ir a La Rocca (sus aposentos privados en el castillo) para hacer el amor con Cecilia y estar con ella en paz, y esto era lo que su esposa deseaba también, porque no quería rendirse a él". Al parecer Beatrice se negaba a acostarse con Ludovico mientras éste mantuviera su relación con Cecilia. Sin embargo, el 21 de marzo Trotti informa de que Ludovico ha ordenado a su amante que abandone el castillo: "No quiere volver a tener relaciones con ella ahora que está tan grande, y no lo hará hasta que haya alumbrado a su hijo".
El día 3 de mayo (de 1491) Cecilia dio a luz un niño. En el bautismo se le impuso el nombre de Cesare Sforza Visconti. Para celebrarlo el poeta Bellincioni compuso un trío de sonetos en honor de Cecilia. A Bellincioni debemos la primera referencia al cuadro de Leonardo, en un soneto dedicado a la naturaleza.
"Oh, Naturaleza, cómo envidias a Vinci,
que ha pintado a una de tus estrellas,
la hermosa Cecilia, cuyos bellos ojos
la luz del sol convierten en oscura sombra.
Pues piensa: cuanto más vivaz y hermosa sea
mayor gloria tendrás en los tiempos futuros.
Da gracias, pues, a Ludovico
y al genio y a la mano de Leonardo,
que quieren compartirla con la posteridad".
Incluye una aguda observación: Con sua pictura / La fa che par che ascolti e non favella ("Con su arte, hace que parezca que está escuchando y no hablando"), unas palabras que reflejan en parte la serenidad del retrato: Cecilia parece atenta a algo que ocurre más allá del especio cerrado del cuadro. ¿Contienen además una observación personal sobre Cecilia: e non favella, es decir, que por una vez no está parloteando?
Este es el telón de fondo de la pintura: sexo, rumores y poesía en la corte de los Sforza. El retrato de Cecilia tiene un contenido erótico: la mano que acaricia el animal es una alusión sexual; los accesorios del vestido -la banda de oro de la frente, la cinta negra, el vello, el collar- sugieren la condición de la mujer sometida, de la cautiva, de la concubina.
Leonardo argumenta que el pintor tiene el mismo poder que el poeta para "inflamar en amor a los hombres" haciendo "que se enamoren de una pintura". Y cuenta la siguiente historia: "Me ocurrió en una ocasión que habiendo hecho una pintura que representaba a una figura divina, fue comprada por un hombre que se enamoró de ella y quiso que borrase los emblemas de divinidad para poder besarla sin escrúpulos. Pero finalmente su conciencia prevaleció sobre sus suspiros y deseos y se vio obligado a sacar el cuadro de su casa".
El animal que tiene en sus brazos la joven aporta a la obra una serie de asociaciones simbólicas y folclóricas. Se trata de un armiño (Mustela erminea) de la variedad septentrional, o de invierno, caracterizado por la blancura de su piel (aunque el cuadro está coloreado por el barniz y aparece de un color amarillento). Se asociaba a este animal con la pureza y la limpieza, como leemos en el "bestiario" de Leonardo compilado a comienzos de la década de 1490: "El armiño, a causa de su temperamento... prefiere caer en manos de los cazadores antes que refugiarse en una guarida llena de barro, para no mancharse". El armiño aparece también como símbolo de pureza en el retrato de un caballero pintado por Vittore Carpaccio hacia 1510, en el que en una leyenda situada sobre el animal se lee: Malo mori quam foedari, ("Antes morir que ser mancillado"). Esta asociación con la pureza añade al retrato de Cecilia un refinamiento parcialmente irónico: lo simbólico contrapposto a lo erótico.
Pero el armiño ofrecía un significado más específico. Era una alusión emblemática al propio Ludovico: en 1488, Ferrán de Aragón, rey de Nápoles (abuelo de Isabel de Aragón) le había investido con la Orden del Armiño. El animal que vemos en los brazo de Cecilia es, por lo tanto, un emblema del hombre al que está unida social y sexualmente; observamos su mirada vigilante, su fuerte pata musculosa y sus garras extendidas sobre la manga roja de la joven. Como hace con frecuencia, Leonardo representa con tanta fuerza lo emblemático que esto revierte sobre lo real, de forma que vemos al armiño como un depredador, lo que es en la naturaleza y lo que era Ludovico.
Tanto los armiños como sus parientes (comadrejas, martas, hurones, etcétera) se utilizaban como mascotas, de forma que el retrato, considerado en su totalidad no es fantástico: consigue una especial resonancia con su imagen de un realismo casi fotográfico, bellamente iluminado sobre un telón de fondo negro.
Aunque rechazada, Cecilia siguió siendo objeto del afecto del Moro y, como madre de uno de sus hijos naturales, continuó recibiendo favores de su mano. Ludovico le concedió unas tierras en Saranno, al norte de Milán, y en 1492 le casó con un cremonés, el Conde Lodovico Bergamini. Cecilia mantuvo un pequeño salón en el Palazzo Carmagnola de Milán; entre los que allí le rendían homenaje figura el autor Matteo Bandello, quien le dedicó dos de sus novelle y le elogió por su ingenio su erudición y sus versos latinos.
Cecilia se quedó en posesión de su retrato, y el 26 de abril de 1498 la insaciable coleccionista Isabella d´Este le dirigió una petición en tono perentorio (aunque no desagradable si tenemos en cuenta que era hermana de Beatrice):
"Contemplábamos hoy unos hermosos retratos pintados por Zoanne Bellino (Giovanni Bellini) cuando comenzamos a comentar las obras de Leonardo y a desear poder ver algunas de ellas para compararlas con las que tenemos aquí. Recordamos que Leonardo pintó un retrato de vos del natural, ¿serías tan amable de enviármelo por medio del portador de presentes que con ese fin os envío? Además de servir para llevar a cabo dicha comparación, nos proporcionaría un gran placer de ver vuestro rostro. Tan pronto como lo hayamos estudiado, os lo devolveremos".
El 29 de abril, Cecilia contestó que le enviaba el retrato,
"... aunque lo enviaría más gustosamente si se pareciera más a mi. Su señoría no debe pensar que esto se debe a error alguno por parte del maestro, del que sinceramente considero que no tiene igual. Se debe solamente a que el retrato se pintó cuando mi edad era imperfecta y mi rostro ha cambiado completamente desde entonces, de forma que si nos pusiéramos juntos al retrato y a mí, nadie pensaría que era yo la representada".
Ésta no fue, en absoluto, la última de las peregrinaciones del retrato. Tras la muerte de Cecilia, ocurrida en 1536, permaneció en Milán. En el siglo XVIII aún se podía ver en esta ciudad del norte de Italia en la colección de los marqueses de Bonasana. Hacia 1800 el cuadro fue comprado por un príncipe Polaco, Adam Jerzy Czartoryski, quien se lo regaló a su madre Isabella, que lo colgó en su galería de pintura, llamada la Casa Gótica , cerca de Cracovia. En 1842, la familia Czartoryski vivía en el exilio en París y conservaba el cuadro, que permaneció 30 años en esa ciudad, en la residencia familiar del Hotel Lambert (aunque en los círculos artísticos franceses no se tenía noticias de él). Tras la guerra franco-prusiana la familia regresó a Polonia, y en 1876 la Dama del Armiño fue expuesta, por primera vez, en el Museo Czartoryski de Cracovia.
Durante la Segunda Guerra Mundial corrió su última aventura. En 1939, poco antes de la invasión de Polonia por parte de Alemania, fue escondido en Sieniawa junto con otros tesoros de la colección Czartoryski -un paisaje de Rembrandt y un retrato de Rafael-, pero fue descubierto. Fue expuesto brevemente en el Kaiser Fridrich Museum de Berlín y reservado después para el museo privado de Hitler en Linz. Finalmente fue a parar a la colección particular del gobernador nazi de Polonia, Hans Frank, en cuya villa de Baviera fue descubierto en 1945 por el comité polaco-americano. Así los avatares del amor y la guerra han marcado esta pequeña tabla de nogal (40,3 cm . de ancho y 54,8 cm . de alto) que salió del estudio de Leonardo da Vinci hacia 1489.
La Dama del Armiño se ha convertido en una imagen iconoclasta. Más de 500 años después se sigue representando en diferentes modalidades artísticas, como el de la fotografía: pintura efímera sobre el mismo pavimento de la calle. Nos preguntamos como reaccionaría Cecilia si se pudiese ver, si pudiera saber que trascendió en el tiempo y que su belleza permanece intacta. Nos preguntamos si alguna vez lo llegó a pensar al verse inmortalizada por tan alto maestro como Leonardo Da Vinci.
Perfecto,
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