jueves, 7 de febrero de 2013

¡Mi reino por un caballo!


¡Mi reino por un caballo!


Como si de Hamlet, calavera en mano recitando el ser o no ser me tratase, pero, por suerte, con mi calavera en su sitio, sobre hombros no tan robustos como parecen, y con la mano mesando indulgentemente la barbilla,  no pude evitar que dentro de las paredes de este mi cráneo resonase insistentemente la frase  ¡mi reino por un caballo! cuando leí la noticia de que habían encontrado los restos de Ricardo III debajo de un aparcamiento municipal en la localidad inglesa de Lesceiter.

El querido culpable de que ello haya sucedido es un tal William Shakespeare. Su pluma prodigiosa creó personajes que desafían el tiempo, personajes inmortales que viven a través del reflejo del papel; un espejo que nos muestra lo humano de forma tan vívida que dichos personajes parecen ser de carne y hueso. Son fantasmas que vagan entre nosotros pobres mortales.  Porque ¿quién sería para mi Ricardo III si no fuera por El Bardo? Pues simplemente no lo conocería, o sería  uno de tantos reyes en los que te pierdes entre generaciones y números romanos. Pero no, gracias a él para mí siempre será un tirano deforme e inmisericorde. Que eso esté más o menos cerca de la realidad es improcedente, da igual. Contra Shakespeare no se puede luchar, ni queremos ni lo pretendemos, su intelecto era superior y su originalidad estelar; y yo fiel súbdito a sus pies me arrojo, prefiriendo vivir antes en su divertida imaginación que en la aburrida realidad.
 

El equipo de la Universidad de Leceister encargado del estudio y del hallazgo nos confirma que pertenecen al monarca "más allá de toda duda razonable". Yo no tengo motivos para dudarlo. ¿Si no dudo de Shakespeare, como voy a hacerlo de un equipo científico que ha utilizado las más modernas técnicas de investigación?  Y es que para resolver estos enigmas ya se unen diferentes ciencias así como ciencias aplicadas, en este caso historia, antropología y genética forense. A través del detenido estudio de mapas y documentos se localizó el esqueleto, luego se utilizaron técnicas de radiocarbono para situar la fecha del entierro (margen de error entre 80 y 100 años), más un análisis forense de los huesos que concluyó que era un hombre en torno a los 30 años (Ricardo III tenía 32), para incluso sumarle una prueba de ADN entre el esqueleto y el de Michael Ibsen, un carpintero canadiense descendiente de Ana de York (hermana del soberano), que desde hace cinco lustros vive en Lesceiter (decimoséptima generación a partir de Ana). El resultado es concluyente, es Ricardo III más allá de toda duda razonable. Y yo no tengo motivos para dudarlo. ¿Cómo los voy a tener si no dudo de Shakespeare?

Durante décadas los habitantes de Lesceiter aparcaban sus coches sobre los restos de Ricardo III. De saberlo más de uno hubiese aparcado en otro sitio, por temor a represalias conociendo la famosa ira del monarca, no fuera a ser que como una maldición faraónica y egipcia desatase su furia por profanarlo. Se preguntarán como estaba debajo de un parking. Pues porque en esa zona, hasta el siglo XVII, se encontraba la iglesia de Greyfriars, donde fue enterrado sin pompa alguna tras la batalla en la que murió: la gran batalla de Bosworth.


El esqueleto tenía daños en la calavera que sugiere que murió en el campo de batalla tal como dice la historia y tal como nos dice Shakespeare. También tenía curvaturas en la espina dorsal que revelan escoliosis: una desviación de la columna vertebral motivada por diferentes causas. Shakespeare lo inmortalizó como un villano jorobado, tremendamente ambicioso y cruel. Ricardo III (1452-1485) fue el último monarca de la Casa York. Su ascensión al trono se produjo tras la muerte de Eduardo IV (su hermano). Los siguientes en la línea de sucesión eran los hijos (sobrinos de Ricardo III), Eduardo V, de 12 años y Ricardo, duque de York, de 9. Ricardo se erigió en lord Protector, y por dicho motivo tuvo disputas con la madre del joven rey, Elizabeth Woodville. Ricardo III se llevó a los dos niños a la fortaleza de la Torre de Londres. Siempre se sospechó que los asesinó o los mandó a asesinar. Pero hay controversia. Lo que es cierto es que desaparecieron y que sus cuerpos nunca han sido encontrados. El 22 de junio de 1483, en la Catedral de San Pablo, se dictó una sentencia declarando ilegítimo el matrimonio entre Eduardo IV y Elizabeth, por lo que era Ricardo, y no su sobrino, el rey legítimo. Ricardo III sufrió varias rebeliones. El 22 de agosto de 1485, después de dos años de reinado,  participó contra la que le presentó Enrique Tudor, en la batalla de Bosworth. Finalmente perdió, pero se dice que combatió con bravura, con heroicidad, y que solitariamente casi llegó hasta la altura del  propio Enrique, momento en el que se vio rodeado y asesinado. Su muerte significó el derrocamiento de la casa York y el advenimiento de la casa Tudor. El propio Enrique se encargó de que fuera enterrado sin ninguna grandeza y su propaganda quiso que fuera olvidado.

Ricardo III, en la obra de Shakespeare, está considerada una de sus primeras historias, cronológicamente hablando. Es un melodrama un tanto desigual, aunque sigue teniendo mucha vitalidad. El drama se centra en Ricardo III, siendo su principal protagonista; por el contrario, los demás personajes no son muy importantes que digamos. Ricardo III es cruel, ambicioso, vengativo... pero tiene un escandaloso atractivo. Su gran poder es una misteriosa mezcla entre terror y encanto, un poder que cae irreversiblemente sobre el público y los otros personajes. Asistimos atónitos y fascinados a su seducción masoquista de lady Ana, a cuyo marido y suegro ha asesinado. Ricardo no conoce la piedad, y nos convierte en bestias a todos nosotros; su triunfalismo es autoconsciente. Ricardo es más crudo que Yago y Edmundo, y sin embargo es precursor de ambos.


En el siguiente pasaje, Shakespeare nos muestra la nueva clase de comedia perversa que creó. Es el regocijo de Ricardo después de la seducción de Ana:

¿Fue alguna vez una mujer cortejada con este talante?

¿Fue alguna vez una mujer ganada con este talante?

La tengo, pero no la guardaré mucho tiempo.

Vaya, yo que maté a su marido y a su padre;

Tomarla en el más extremo odio de su corazón,

Con maldiciones en su boca, lágrimas en sus ojos,

Sangriento testigo de su odio allí al lado,

Teniendo a Dios, a su conciencia y a ese féretro contra mi

Y yo, ningún amigo que apoyara en modo alguno mi solicitud:

Salvo el diablo mismo y unas miradas disimuladas

¡Y sin embargo ganarla, el mundo entero contra nada!

¡Ja!

(...)

En 1951, Josephine Tey escribió una hábil novela llamada The Daughter of Time (La hija del tiempo). En el relato, un inspector de Scotland Yard, postrado en cama y ayudado por un joven investigador estadounidense, intenta limpiar a Ricardo de sus crímenes, incluido el asesinato  de los pequeños príncipes en la Torre. Su defensa es vigorosa y algunos historiadores confirman su buen juicio. Pero implícitamente se convierte en una útil guía de uno de los logros de Shakespeare en Ricardo III: su permanente imposición en nuestras imaginaciones de la versión oficial de los Tudor para la historia. Implícitamente, como decimos, Josephine Tey reconoce que es imposible luchar contra Shakespeare y vencerle.

En 1996, el gran actor Al Pacino estrenó un singular proyecto. Looking for Richard es una película donde nos presenta la obra Ricardo III de William Shakespeare desde diferentes perspectivas. La comprensión de los personajes, el estudio del contexto, la puesta en escena... y así vamos profundizando, linealmente, entre ensayos, conversaciones y actuaciones teatrales, hasta conformar la obra. Es como una perfecta mezcla entre teatro, cine y documental.

A los que les guste el teatro, les encantará. A los que no sean tan seguidores les dará una visión más completa y puede que les abra el apetito teatral. Además, tiene el componente de estudiar al genial e irresistible Shakespeare, y ya se sabe que todo lo que gira en torno a su obra y figura es realmente fascinante. Rizando el rizo puede que a alguno le provoque ganas de ir a  buscar y desempolvar su viejo libro de Shakespeare para leerse Ricardo III (amén de otras obras de tal insigne escritor).



Quizás algunos temen que los nuevos descubrimientos que arrojen las investigaciones del esqueleto de Ricardo III vayan contra la obra de Shakespeare. Yo no lo temo en absoluto. Me parece bien que la ciencia investigue y aporte luz pero también tengo claro que contra la gran literatura no se puede luchar. En este caso es luchar contra Shakespeare, un monstruo de la escritura, el inventor de lo humano a través del negro sobre el blanco en el papel. Y eso es imposible. Para mi Ricardo III, diga lo que diga la historia, diga lo que diga mi escepticismo, siempre será un tirano deforme cruel e inmisericorde. Creo que el propio Ricardo III, ahora que ha vuelto entre nosotros,  observará absorto e incrédulo su reputación. Si se aventurara a estudiar la figura de Shakespeare, se daría cuenta de la imposibilidad de lavar su nombre, por lo que quizás ni lo intentara, lo dejaría todo igual y lo preferiría así, porque a fin de cuentas, así ha pasado a la historia y por eso es tan famoso. Incluso puede que  le diese las gracias y se vanagloriase.

¡Mi reino por un caballo!

Observo la frase. La estudio. Intento penetrar en ella. Y pienso que la he dicho unas cuantas veces a lo largo de mi vida. La he parafraseado. De diferentes formas. He cambiado caballo por las cosas más banales que se puedan imaginar,  o por las cosas más trascendentales que yo pueda creer. Ricardo III la exclamaba una y otra vez cuando perdió su caballo en el campo de batalla al sentirse solo y desprotegido; se aferraba ferozmente a su espada. Pienso en la grandeza de Shakespeare. Como ha conseguido que utilice una frase de un idioma que no es el mío casi 400 años después de su muerte y que juegue con ella como si fuera  un comodín que puede ser todo o nada. Ha conseguido que ubique en la historia a un personaje tras aparecer sus restos más de 500 años después de fallecer.  Mi reino por un caballo; mi reino por un caballo me digo insistentemente...  mi reino por un poco de su inmortalidad, por más minúscula que sea clamo entre dientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario